17 Temió y dijo: ¡Que tremendo este lugar! No es sino la casa de Dios (Vaietzé 28)
Abraham llamó al lugar donde en un futuro se iba a erigir el sagrado Templo de Jerusalém con el nombre de “Monte”, como esta escrito: “En la montaña el Eterno aparecerá” (Vaierá 22)
En referencia a Itzjak ese sagrado lugar fue llamado con el nombre de “Campo”, como esta escrito: “Y Salió Itzjak para orar en el campo”. (Jaie Sará 24). Itzjak salía del lugar donde en el futuro estaría el Beit Hamikdash.
Iaacov lo llamó casa, como esta escrito: “No es sino la casa de Dios”.
Abraham con su bondad comenzó a traer la divinidad del cielo a la tierra, pero todavía estaba lejos de introducirse, tan alejada como la cumbre de una “Montaña”.
Itzjak siguió con el legado de su padre y con su rigor pudo introducir un poco más la presencia divina en la tierra, pero todavía la divinidad estaba en el nivel de “Campo”. El campo no es lugar donde la gente habita.
Hasta que llegó Iaacov, de quien desciende el pueblo judío, quien pudo conjugar la bondad de Abraham y el rigor de Itzjak, haciendo que Dios se sienta en “Casa” en su mundo.
Abraham llamó al lugar donde en un futuro se iba a erigir el sagrado Templo de Jerusalém con el nombre de “Monte”, como esta escrito: “En la montaña el Eterno aparecerá” (Vaierá 22)
En referencia a Itzjak ese sagrado lugar fue llamado con el nombre de “Campo”, como esta escrito: “Y Salió Itzjak para orar en el campo”. (Jaie Sará 24). Itzjak salía del lugar donde en el futuro estaría el Beit Hamikdash.
Iaacov lo llamó casa, como esta escrito: “No es sino la casa de Dios”.
Abraham con su bondad comenzó a traer la divinidad del cielo a la tierra, pero todavía estaba lejos de introducirse, tan alejada como la cumbre de una “Montaña”.
Itzjak siguió con el legado de su padre y con su rigor pudo introducir un poco más la presencia divina en la tierra, pero todavía la divinidad estaba en el nivel de “Campo”. El campo no es lugar donde la gente habita.
Hasta que llegó Iaacov, de quien desciende el pueblo judío, quien pudo conjugar la bondad de Abraham y el rigor de Itzjak, haciendo que Dios se sienta en “Casa” en su mundo.
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