“Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo. Me guió y me llevó en tinieblas, y no en luz;… Me llenó de amarguras... Por la misericordia del Eterno no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”. (Lamentaciones 3)
Explican los Sabios que es una gran regla general en el servicio divino, que no se puede vislumbrar la luz sin antes pasar por la oscuridad.
La “aflicción, la amargura” se anticipa a una vida de tranquilidad.
Pero a pesar de todo, se debe saber que la “misericordia del Eterno nunca decaen”, al punto que constantemente uno puede percibir su clemencia, “nuevas son cada mañana”.
Por más que la persona tenga que pasar por situaciones difíciles, debe saber que todas tienen su límite, como la misma oscuridad se ve desplazada por la luz del día.
En la oscuridad que transita la persona, no debe decaer, sino que se debe aguardar la luz.
La verdadera santidad se adquiere al pasar por “aflicción y amargura”.
Explican los Sabios que es una gran regla general en el servicio divino, que no se puede vislumbrar la luz sin antes pasar por la oscuridad.
La “aflicción, la amargura” se anticipa a una vida de tranquilidad.
Pero a pesar de todo, se debe saber que la “misericordia del Eterno nunca decaen”, al punto que constantemente uno puede percibir su clemencia, “nuevas son cada mañana”.
Por más que la persona tenga que pasar por situaciones difíciles, debe saber que todas tienen su límite, como la misma oscuridad se ve desplazada por la luz del día.
En la oscuridad que transita la persona, no debe decaer, sino que se debe aguardar la luz.
La verdadera santidad se adquiere al pasar por “aflicción y amargura”.
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